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Un mimo sin vocación

  • Foto del escritor: Ramón Ballesteros Maldonado
    Ramón Ballesteros Maldonado
  • 19 mar 2021
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 19 abr 2021


Dicen que la sobre especialización es un proceso que te puede llevar a la muerte profesional, en algún aspecto es verdad. A veces, por suerte no siempre, sobreentendemos ciertos síntomas que pueden derivar en otros muy diferentes y por desgracia mortales. Tampoco no estar formado es lo adecuado, ni de lejos lo correcto; no es la primera vez que vamos a un centro privado y a una crisis de ansiedad le han puesto oxigenoterapia a cascoporro y unos puf de solinitrina mientras que la paciente me miraba con los ojos desorbitados y las manos agarrotadas (tetania); o a por un IAM (infarto agudo de miocardio) sin electro previo, pero vamos al caso en cuestión:

Ocurrió en vía publica (VP) cerca de Barcelona; la alerta era por un paciente inconsciente. Al llegar había muchos transeúntes atendiendo a un joven de unos veinticinco años aprox. No estaba inconsciente, pero sí muy hiporeactivo: no hablaba más que balbuceaba y los movimientos eran erráticos, aparentemente descoordinados. Lo sacamos de VP colocándolo en la camilla con la ayuda del resto de gente. El chico no se mostraba muy colaborador, se intentaba dar la vuelta y colocarse boca abajo. Cuando lo subimos empezamos la anamnesis intentando encontrar alguna hipótesis y testear constantes que no pudimos precisar.

Aquí hay que hacer una pausa de rigor ya que a cuanto más avanzamos en nuestra profesión parece que nos hacemos... más gilipollas, con perdón. Si no te pilla la tensión con el tensiómetro, bien con manual o automático, basta con pillar pulso radiar (muñeca) sabiendo que en el caso afirmativo de hallarla es muy probable que no esté hipotenso. Al igual que comprobaremos, con esa simple maniobra, si el pulso es rítmico o no: Sí, así es, no hace falta un puto electro, coño. Otra cosa que después, en el hospital o dependiendo de la patología previa o actual nos pueda hacer sospechar de otra afección cardiaca y nos haga falta uno, pero no a todo el mundo se le va a hacer un electro si no hay criterio: Si te duele la rodilla no hay electro; sí, te duele, pero es una jodida gonalgia… proseguimos. En el caso de que el pulsioxímetro no te pilla la saturación miraremos que relleno capilar tiene, respuesta en segundos, sudoración, etc. etc. Todo el mundo tiene uno, creando más hipocondriacos que no hacen más que preocuparse y arrojar al torrente sanguíneo químicos que realmente son más perjudiciales. Mi compañera tiene una frase extraordinaria cuando vamos a un domicilio o servicio, vemos una saturación de 96% y el típico comentario: «es poco, ¿no?»; a lo que mi compi responde: «soy fumadora, saturo menos y estoy currando»: Maravilloso.

Retornando al servicio inicial tras este viaje por las Termópilas, el paciente no presentaba alteraciones en las constantes de las que pudimos tomar; claro está al ver ese cuadro pensamos que posiblemente fuera de origen neurológico. Pensad que no sabemos nada del paciente, no hay historial y el siguiente paso es buscar documentación para cotejarlo con la central y saber un poco más de él. En ese momento ocurrió lo mágico. Mi compañero le hizo una prueba simple, pero determinante: le realizó una glicemia. Salió muy bajo, no recuerdo si era 20 o 25, dicho de otro modo, una hipoglucemia. Fui corriendo a un bar cercano y compré una coca cola y algo de comer, volviendo raudo mientras que mi compi llamaba al centro coordinador. Realicemos esta acción no muy seguros que fuera a colaborar en hacer la ingesta, pero para mi sorpresa si lo hizo. Sentado en la camilla, algo de lado (como si tuviera un bulto o grano en el coxis que le impidiera sentarse) se tomó todo el refresco y las galletas (no recuerdo marca). Pasados unos minutos la glucemia subió, pero no su estado basal. A los pocos minutos volvimos a tomarla y había bajado mucho más.

Hay que aclarar que a veces, después de una ingesta de azúcar (y más de azucares de rápida absorción como la coca cola) puede dar una pequeña bajada, pero si se mantiene algo de comida se puede llegar a estabilizar, amén de llevarlo o no a un centro médico, pero en este caso no fue así, bajo y mucho más hasta tocar el LOW: el valor más bajo que dependiendo de la maquina puede ser por debajo de 10. Esto es malo, muy malo, pero lo más extraño era el gesto que una y otra vez hacía el chico. Con su mano derecha, doblado el brazo en un ángulo casi imposible, se golpeaba la nalga derecha. Al principio lo atribuimos a la misma patología y baja dosis de azúcares, pero la insistencia no nos gustaba. Cuando llevas tanto tiempo en la profesión despierta un instinto difícil de explicar; es ese momento cuando miras a tu compañera y con un simple destello de ojos vale para saber que hacer a continuación. Miré donde se golpeaba, paradójicamente el lado opuesto donde minutos antes había mirado la cartera en busca de la tarjeta sanitaria: allí estaba, todo nuestro principal problema y talón de Aquiles de su titánica gesta al intentar mostrarlos, con lo poco de lucidez que tenía, la bomba de insulina que le suministraba demasiada dosis induciéndole a la hipoglucemia. Arrancamos el parche de infusion Set y así le liberamos de su descarga. Tras unos minutos ya puedo hablar con normalidad y tras varias ingestas más de alimento y bebida (el del bar hizo el sábado) ya nos explicó todo.

El chico tenía una diabetes complicada que se manifestó cuando era más joven. Los tratamientos convencionales en pastillas e insulina en unidades no podían ser periódicas, derivándole a los especialistas en un importante hospital de Barcelona al cual le acercamos para que le tuvieran en observación, así como la funcionabilidad de la bomba de insulina.

A veces damos por sentado cosas que en ocasiones no son las que creemos. Otras las damos por sentadas creyéndolas igual que los cientos o miles de pacientes que llegamos a hacer durante nuestra vida laboral. No es bueno dar por sentado, tampoco obcecarse por algo que en verdad puede ser una quimera de nuestra ignorancia.

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