Técnico rodante, embutido y olé.
- Ramón Ballesteros Maldonado
- 24 feb 2021
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 6 mar 2021
No es la primera vez que recuerdo situaciones embarazosas que en el momento no me hacían ni puta gracia, mas hora ese miedo es reemplazado por el humor y satisfacción de seguir vivo.
Esto ocurrió hace mucho (parezco un viejo cebolleta) en la población de Esplugas del Llobregat. En aquella época coordinaba la misma empresa: la desaparecida Condal de la que aprendimos mucho y bien, (barro para casa). Una compañera, buena mujer y mejor persona, nos mandó a mí a mi compañero a un domicilio por una alteración de la conducta. En aquellos días nos movíamos por códigos diferente: Mike 99 era un malestar general... o patología mal definida (si sabéis más decirlo, ya no recuerdo). Fuimos raudos a la llamada con alerta de policía en el lugar. Al llegar ni policía ni portera o vieja del visillo (o Securitas amparo para los del Baix Llobregat), hicieron acto de presencia ¡Que novedad!
Subimos al último piso de un bloque bajo, unas tres plantas, de obra nueva y al parecer de buena renta. Picamos a la puerta y nos abrió una mujer. Pobrecilla, la cara era un reflejo del sufrimiento, el dolor y las noches en vela, pero no por ella, sino por su hijo. Nos dijo en voz muy baja, casi inexistente, que su pequeño sufría de esquizofrenia y llevaba varios días bastante nervioso. Cuál fue nuestra sorpresa cuando "su pequeño", ya con pelo en la borda de los cojones, nos salió al paso y sin previo aviso propinome soberbio guantazo en la cabeza, entre mi gran caballera al viento y mi gorra de condal. Lo siguiente ocurrió con rapidez al meterse mi compi en medio y bajar los tres rodando escaleras abajo, como en aquel país del Norte que lanzan el queso montaña abajo, pero el ovillo que formábamos, entre brazos, piernas y objetos asistenciales que saltaron por los aires, sin duda era mucho más cómico. El compi se rompió el reloj con la melé mientras que yo agarraba el cuello al agresor pasivo-paciente rodeándolo con mi brazo. Estábamos de rodillas en el suelo y recuerdo que le decíamos: tranquilo, no pasa nada, estamos aquí para ayudarte... ¡tócate los cojones! ¿Pero quién en su sano juicio se tranquiliza en aquella situación con el corazón palpitante en las sienes y el sudor a chorros por el cuerpo?, ¡agárrame de aquí PRL y Psicología no invasiva!
Para mi sorpresa, la ensalada de buenas noticias no habían hecho nada más que empezar. Cuando nos pusimos en pie tuve que ponerme de puntillas para continuar con la presa. Tengo que aclarar que mi medida es de metro ochenta y siete, pues bien, el cachón era mucho más alto que yo, rondaría metro noventa muy largo.
Por milagroso que os pueda parecer, nos tranquilizamos y subimos el tramo que con tanto esfuerzo y dolor habíamos bajado, llegando al domicilio donde su madre nos recibió con los ojos abiertos como platos y los labios temblorosos.
Nos sentamos en el sofá y hablamos con él, pero admito que no me acuerdo de lo intercambiado de palabras, amén de las contusiones que se resistían en abandonar la escena.
En un momento de "deslucidez", el paciente comenzó otra vez a la carga entre patadas e insultos que llevamos relativamente bien (nótese el puto sarcasmo) hasta que todo ese halo de buen rollo se desvaneció cuando se puso en pie y corrió directo a la cocina. Casi en el mismo instante, décima de segundo más arriba, nosotros ya estábamos fuera del domicilio a grandes zancadas mientras la mujer nos decía que no corriéramos. ¡Claro que sí guapa, ahora mismo vengo que me he dejado el pastel y las velas en la ambulancia, deme un segundo que en seguida subimos! A usted su hijo no le hará nada, pero yo y mi compañero somos alérgicos a los cortes de cuchillo jamonero, no sé si me entienden ustedes.
Llegamos a la unidad mientras reclamábamos a la policía, pero, o vete aquí la cuestión, el paciente pasivo-agresivo y amante del embutido de técnico, bajó con el cuchillo para cortar el pastel sin soplar las velas (no se vayan todavía, aún hay más). No se cómo diablos lo hicimos, pero acabó en el suelo inmovilizado. Al llegar la policía, ¡Sí aquella que en teoría le habían dicho "alguien" de la central de emergencias y está a nuestra central y después a nosotros, que no hacía falta ninguna presencia de las fuerzas del orden. Que mala suerte que no vinieron a la par de nosotros. ¡las risas que se han perdido, porque las ostias nos las llevamos nosotros!
Trasladamos al paciente a un conocido hospital psiquiátrico X de Sant Boi. El final fue lo más bonito. El padre del chico nos pidió disculpas creyendo que le íbamos a denunciar. Cosa que, claro, no ocurrió; bastante tenía aquella familia con aquel cuadro además que el joven, llorando, nos pedía perdón, entre abrazos y besos. Pobrecillo.
Así acabó aquel simpático servicio en un día como otro cualquiera. ¿Y vosotros?¿Que servicio os hizo reír al final?
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