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Soledad entre la basura

  • Foto del escritor: Ramón Ballesteros Maldonado
    Ramón Ballesteros Maldonado
  • 23 feb 2021
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 9 mar 2021

Este caso me pasó hace muchos años, tal vez más de diez. No iba con mi compañera habitual, pero sí con otra gran compañera. Nos pasaron un servicio en Hospitalet del Llobregat en una de las muchas barriadas que hay en esta gran población. El alertante era el vecino de una anciana que vivía sola y que hacía más de ocho días que no la veía o sabía de ella. Rápidamente nos trasladamos allí junto con bomberos y policía, tanto local como Mossos de escuadra. Al llegar los bomberos rompieron la puerta y accedimos a la pequeña morada de la mujer. Tras una puerta comenzamos a oír aquel extraño quejido, más lastimero de un cachorro que de un humano. Intentar entrar nos fue completamente imposible: un mueble había colapsado, cerrando la puerta de una estancia realmente pequeña y asfixiante. Pude, con mucha ayuda de mi inseparable compañera, de meterme dentro después de liberarme de la carga de mochila, cinto, chaqueta y chaleco (era pleno invierno). Caí sobre un montón de ropa sucia hasta darme de bruces con la mujer. La imagen no la olvidaré jamás y creo, que el día de mi muerte, haciendo honor a los que relatan su retorno después de estar inanimados, que una de las imágenes que visualizaré al pasar al otro lado será esa: la pobre anciana, tras una desafortunada caída, se había atrapado la muñeca derecha entre dos hierros de un sofá reclinable, fracturándose radio y cubito. Estirada de cubito prono (boca a bajo), no tubo fuerzas para ponerse en pie. El rostro era una máscara demacrada donde el cano cabello estaba pegado por la inmundicia, la orina acumulada y la sangre seca de una herida que se hizo en la frente. A su lado había un pequeño perrito (nos se de razas) que ladraba más por pedir ayuda que por miedo a mí. Levanté una manta para tapar el cuerpo semidesnudo de la desventurada ya que, en un intento vano de fuga, se había despojado de la bata y el camisón, quedándose con la piel pegada al mugriento terrazo. Al levantar la tela cayeron decenas de pequeñas cucarachas que corrieron raudas hasta alojarse bajo la estantería volcada. En ese momento uno de los bomberos entró por el patio aprovechando el acceso al vecino de arriba; el rostro lo decía todo. Pero había algo que nos impactó aún más, algo que no cuadraba en todo aquello. Había demasiada sangre en el lugar, y no venía de la frente de la señora. Cual fue nuestra impresión cuando al descubrir el codo, el mismo de la mano atrapada, vimos con horror que le faltaba gran parte de la carne, dejando al aire el hueso y la carne en estado de putrefacción en los extremos. Una tijera, aquello sí que fue lo que más nos marcó, estaba a un lado del codo. Como las ancianas acostumbran, bien por uso o costumbre de la costura, tenía alrededor de las asas atado un hilo grueso, para evitar dañar los dedos, pero todo su filo estaba manchado de sangre. Nos miramos sin poder contener el horror para intuir, casi de manera inmediata, que la mujer, en un último y desesperado intento de escapar, había intentado cortarse la mano, apuñalando sin piedad tanta carne como pudo, pero el hueso seguía firmemente sujeto al humero, con lo cual todo fue en vano.

Intentad pensar en la situación, la desesperación de no poder moverse, con una fractura que día a día te impide ponerte en pie y que ves como te orinas, te cagas y gritas sin que nadie mas te haga caso, con una armario que casi te atrapa la pierna y te obstaculiza tu salida al exterior y como única compañía el pequeño animal . El hocico del perro no tenía restos de sangre... no se si es posible que él lo hiciera, pero me extraña muchísimo, ya que las tijeras tenían restos de sangre como ya había dicho.

Logramos sacarla, con mucho esfuerzo y pesar. Su estado de salud era tan delicado que cualquier movimiento brusco en la fisiopatología del traslado la hubiera matado. Parecía papel de fumar mojado que manejamos con el máximo amor que pudimos (ole por los bomberos y policía). Se presentó una unidad de soporte vital avanzada que nos ayudó (voy a obviar muchas cosas desagradables que se dijo y de las que no olvido en aquel servicio, que no vienen al caso) y conseguimos extraerla de la habitación trasladándonos al comedor donde previamente la policía había desalojado muebles y obstáculos para ayudarnos en nuestra labor. Al darle la vuelta sus pechos estaban negros, llagados por las ulceras de presión. No se cuanto tiempo estuvo en esa posición, pero intuyo que demasiado.

La trasladamos lo más estable posible al hospital y al llegar al triaje (en esa época lo hacían médicos) nos preguntaron que qué hacíamos trayendo un cadáver a urgencias, porque realmente lo parecía: un muerto viviente.

Más tarde me enteré que le habían amputado el brazo, pero nada más. No conseguimos sonsacarle nada ya que su mente estaba hundida, extraviada por el trauma, sólo un leve «aaah» era lo único que surgía de aquellos labios deshidratados.

No quiero con esto meter miedo, pero es tan real como lo que he contado. A veces olvidamos a nuestros seres queridos en las casa y una llamada: sólo una llamada, puede sacarles de un posible apuro. Hay servicios de teleasistencia, de grandes profesionales que están muy pendientes de nuestros mayores, los que nos han dado todo.

Por favor, no permitamos que esto vuelva a suceder.




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