Sus últimas palabras
- Ramón Ballesteros Maldonado
- 5 mar 2021
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 19 abr 2021
Aquello pasó hace siete años. Nos alertaron de una persona precipitada en vía publica; ya os podéis imaginar: la ansiedad por llegar, el tráfico que se difumina como otro elemento más del servicio y la extraña sensación de irrealidad del momento.
Al llegar, para nuestra sorpresa, la mujer se tiró desde el terrado, a una altura de unos seis o siete pisos, tal vez más. Pero por desgracia lo peor es que había aterrizado cerca de las vías del tren y, por fortuna, su cuerpo estaba lejos del acceso a los trenes, sobre un pequeño montículo de tierra y hierba.
Tengo que hacer una pausa y romper una lanza por la gente que saltó junto a nosotros la valla que separaba el parking y las vías del tren que por cierto en eso momentos no habían detenido el tráfico (apenas llegamos a los tres minutos de la alerta). Impresiona cuando ves el tren venir y estás junto a otros transeúntes sujetando el eje cervical de la pobre desdichada y como la otorragia se desliza y mancha manos sin guantes, pero allí estaban ellos, héroes anónimos y sin capa que de verdad lo hacían de corazón.
Se que nuestro primer paso es el PAS (proteger, avisar y socorrer) y puede que algún compañero le parezca temeraria nuestra maniobra, pero ¿de verdad seriais capaces de quedaros sin hacer nada mientras que del otro lado la gente se desvive por salvar a otro ser humano?
Entiendo que unos digan que sí y otros que no, pero para los mas veteranos (caimanacos de la vieja guardia, con más horas y servicios a la espalda, bragados en estos lares) no supone más que otro servicio en que arriesgar tu integridad.
Si no habéis leído otro de mis entradas En el umbral ya estáis tardando y espero de corazón que entendáis que es más peligroso, servicio tras servicio, en entrar a un domicilio que no es el tuyo y de cuyos inquilinos sabemos más bien nada, sólo que necesitan ayuda, pero ¿y si no fuera así?, ¿Qué te espera al otro lado de la puerta?
Volviendo al tema que trataba, la mujer estaba viva y consciente de lo que pasaba. Aseguramos el eje cervical para evitar daños (más daños) comprobando que su cuerpo, en ciertas zonas, crepitaba en inequívoca muestra que las fracturas eran múltiples, sin contar con la deformidad de una mujer de avanzada edad.
Me acerqué a su rostro y le hablé, aunque sinceramente no recuerdo que pregunté, pero sí recuerdo nítidamente las palabras que surgieron de sus sangrantes labios:
―por favor…déjame morir.
Eso fue todo lo que dijo, nada más. No teníamos más datos, ni cartera ni documentación ya que en el momento vestía con una bata de andar por casa, como tantas buenas mujeres en su rutina diaria.
Al llegar la unidad de SVA, después de abrir brecha los bomberos, la mujer murió sin que pudiéramos hacer nada por ella.
Más tarde, tomando un café para templar un poco los nervios (sé que es contraproducente, pero los de la profesión sabemos que es el mejor bálsamo) no paraba de recordar aquellas palabras «por favor…déjame morir». ¿Qué le pasó a aquella mujer?,¿depresión, ansiedad…? No importa, ya que para mal consiguió su objetivo.
Quiero agradecer a toda aquella gente que nos ayudó, auténticos hombres y mujeres con más cojones y saber estar que muchos otros; orgulloso de formar parte de lo que hoy llamamos humanidad.
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