Casi era Navidad
- Ramón Ballesteros Maldonado
- 3 mar 2021
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 19 abr 2021
Se que ya pasadas las fiestas de la entrañable fecha del solsticio de invierno, pero no puedo dejar de pensar en ese servicio como si fuera hoy. Estábamos en vísperas de fiesta, alrededor del 21 o el 22 de diciembre cuando nos alertaron de un servicio en una calle, para ser precisos en plena vía publica. Al llegar ya había un montón de gente, vecinos que no se creían lo que veían y a escasos minutos habían oído desde sus casa el grito desgarrador al surcar el aire de un ser humano gritando. Al acercarnos a una unidad de soporte vital avanzado vimos que estaban atendiendo a un chico que no llegaría a los treinta años. Tendido en el suelo y aunque consciente, hablaba incoherentes frases en un discurso igual de incomprensible. Al lado de los compañeros que se afanaban por estabilizarlo había un coche completamente hundido de la parte del techo y del capo. Mientras atendíamos en lo debido llegó otra unidad, veteranos ya de muchas carreras y kilómetros comidos en el asfalto ya sea de día o de noche; nos saludamos cuando vino la pregunta de rigor:
-¿Qué ha pasado?
-Eso mismo me lo pregunto yo, nos habían pasado un VP (vía púbica), pero no sabemos más. Es de suponer que es un precipitado de algún balcón, pero no sabemos la altura.
Nuestros ojos se cruzaron instintivamente recorriendo el escenario hasta el coche.
-Menuda ostia, por Dios - dijo el compañero y con toda la razón.
Preguntamos la altura por referencia al servicio y la importancia del PTT (código y protocolo para los pacientes politraumáticos) a un policía de guardia urbana. Éste nos contestó sin poder reprimir un escalofrío:
-Desde trece.
-¿Trece metros? pues esta vivo de milagro.
-No, no, desde el piso trece.
Alzamos la vista donde decenas de muñecos de Santa Claus colgaban de los balcones de un bloque enorme de viviendas y de altura colosal. «¡Trece pisos!» - me repetía a mi mismo mientras me dirigía al resto y compartía con ellos la información.
El hermano no tardó en aparecer y tras observarle comenzó a golpear el cristal de otro coche hasta fracturar la luna y a muy seguro algún que otro hueso por la deformidad y sangre que emanaba de los nudillos.
El desventurado aterrizó encima del coche reventándolo y, por suerte, absorbiendo parte de la caída. Aun así es milagroso, a la par que rozando lo imposible, sobrevivir a este accidente. Sin embargo al final lo logró, sobrevivió a la caída con múltiples fracturas entre tibia, peroné, fémur, neumotórax y bazo fuera, además de un largo etc.
El problema es que la caída no fue fortuita, sino intencionada. Más tarde, meses o años, nos enteramos que volvió a intentarlo de otra manera y por desgracia definitiva.
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