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Sonrisas de payasos

  • Foto del escritor: Ramón Ballesteros Maldonado
    Ramón Ballesteros Maldonado
  • 1 mar 2021
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 19 abr 2021

Nos alertaron para otro servicio en la población de Sant Joan Despí. La alerta era por un intento de autólisis (Suicidio). Llegamos junto a varias patrullas de Mossos d´escuadra y nos dirigimos al portal. Mientras llegábamos vimos que en el parque, justo al frente del edificio del alertante, había un buen número de niños que se reían de la actuación de un grupo de payasos que arrancaban carcajadas a los pequeños. Eran realmente buenos, tanto, que pasamos desapercibidos ante los rostros iluminados de completa felicidad.

Subimos por el ascensor con dos policías mientras que el resto accedía por las escaleras. Tocamos a la puerta, nos abrió un hombre menudo que nos indicó con desgana la habitación de la paciente. Era una casa con habitaciones alquiladas a familias enteras, con los típicos pestillos y cerraduras para garantizar la intimidad de sus moradores. Por suerte y fortuna, la puerta estaba abierta, cediendo al leve giro de la maneta. Cual fue nuestra sorpresa cuando vimos a una mujer, de gran corpulencia, lanzarse por una ventana abierta. Mi compañera en aquel entonces corrió y rauda la atrapó por la cintura al igual que hice yo con la compañera, casi con medio cuerpo fuera (solo de pensarlo ahora me sudan las manos por la adrenalina del momento). Logramos sacarla y lanzarla contra la cama en un estado alterado de nervios difícil de describir: el olor a tabaco, los dedos amarillos de la nicotina, los ojos hinchados por la pena y el sufrimiento. Poco a poco, tanto ella como nosotros, nos tranquilizamos y pudimos hablar, pero fue completamente imposible hacerla entrar en razón y que nos acompañara al hospital. Tuvimos que activar otro recurso para un ingreso involuntario ya que fuimos testigos directos (y muy directos sino logramos subirla a tiempo) de sus intenciones de lesionarse.

La trasladamos con contenciones aunque el camino tampoco fue agradable; no nos lo puso fácil.

Lo peor de todo no fue el servicio en sí. Ante la llamada de mi compañera (profesional con mas fuerza y cojones que muchos) me llamó para que viera algo. Me asomé por la ventana, la misma que escasos minutos antes fue testigo de la casi precipitada escena: abajo, en el parque, justo en la misma trayectoria donde hubiera caído, estaban el grupo de niños que continuaban riendo ante la fabulosa actuación; ajenos a todo lo que estaba ocurriendo unos diez pisos por encima suyo.


Ante todo, y por encima de todo: precaución, nuestro estimado y bien ganado PAS (Proteger, Avisar y Socorrer), pero muchas veces me pregunto que hubiera pasado si hubiésemos tardado un solo segundo más en llegar.... De un servicio con un supuesto exitus pasaríamos a muchos otros poli-contusionados (o fallecidos) por al caída a plomo de alguien que no quería seguir viviendo, pero a muy seguro, tampoco quería dañar a los demás, y menos a unos niños.


Estamos en una gran profesión infravalorada por otros profesionales que no nos creen compañeros: ¡Que les jodan! Nosotros hemos hecho nuestra parte.

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