El ataque de los gordos lisergicos
- Ramón Ballesteros Maldonado
- 9 mar 2021
- 1 Min. de lectura
Hay cosas, hechos más bien, que son de obligada ocultación al público, no por mal sonante, gore o dañino para mentes humanas (de las pocas que quedan) sino porque o bien se malinterpretaran o bien no cabe explicación, de lo contrario nadie me creería.
En este caso no fue un servicio mío, y espero que me perdonéis si lo hago de esta manera tan enigmática, pero prefiero el anonimato de dos personas queridas y evitar los carrillos de vergüenza ajena de otros tantos que relataré, pero no delataré:
Ocurrió de noche, ¿por qué no?
llamaron como siempre, ¡que desilusión!
poco podían hacerle, ya que finiquitado quedó
si bien valor le echaron, como siempre, digo yo.
Saltaron el muro, no muy alto, tampoco menor,
enfrascados en la faena, uno pedía la otra otorgaba
desde el otro lado cual partido de pádel sin raquetas:
dame esto, tírame aquello, ¡eso no!
Llegaron otros, dos en honor a la razón,
vieron el muro y el culo se estrechó
¿Cómo lo libraremos?, yo no puedo, ¡por mi honor
jugarme mi preciado pescuezo para librar este paredón!
De mientras preguntaban: ¿Qué tal esta? ¿Qué ves?
y el otro se guardaba de responder,
de buena gana les contestara:
¡a tu puta madre, salta de una vez!
Al final nada se hizo, mientras que los ruidos sucedían,
arañar de nalgas en la barrera, culos alzados, ojos cerrados,
al principio había esperanza, después nada más,
arañar de colmillos de león marino sin depilar.
Los duendes lanzaron el arco iris
para el muro franquear,
¿Dónde esta la olla de oro?
en el difundo la tierra fue a allanar.
Dedicado a dos grandes técnicos y mejores personas.
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