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Una sorpresa inesperada

  • Foto del escritor: Ramón Ballesteros Maldonado
    Ramón Ballesteros Maldonado
  • 11 may 2021
  • 14 Min. de lectura

Actualizado: 12 may 2021


El cuerpo cayó al suelo como un saco brillante a la vez que dejaba escapar un molesto silbido de descompresión. Los trajes de los Brebgak eran resistentes a los impactos sónicos de energía, pero no a los cartuchos de ojiva doble (explosiva y disrupción cuántica) de nuestros rifles. Santiago miró satisfecho el resultado de su certera puntería con su Madergab 20 de calibre pesado y mortal en distancia corta, cosa que le fascinaba. Detestaba eliminar a sus enemigos a lo lejos, prefiriendo el cuerpo a cuerpo siempre que fuera posible. Desgajó otra descarga a la visera del casco que saltó por los aires, en parte alojándose en la cara del alienígena que exhaló su último suspiro.


―¿Ya has acabado? ―pregunté recogiendo el petate de los explosivos.


―Claro que sí portugués, ya hemos acabado por aquí.


―No del todo, hay que volarla ― Idylla era la voz cabal del grupo y una líder de primera. Ningún mando la asignó con dicho cargo, pero nosotros lo decidimos por unanimidad al comprobar sus dotes de liderazgo, ojo certero, tiro fijo y un magnifico trasero que perderíamos de vista si estuviera en retaguardia. Ella lo sabía, desde luego, y no le importaba demasiado; además para una mujer guerrera esos detalles no son más que... eso, detalles. Sus brazos estaban musculados y sus puños podían abollar una chapa de acero cuando tenía mal beber, que eran más de las que podíamos contar; eso cuando nosotros estábamos sobrios, menos de las que debían ser.


―No entiendo por qué gastamos explosivos en este montón de chatarra. Sería más fácil programar una ruta de colisión con cualquier planeta y ¡bum!, a otra cosa ― Alessandro decía lo que todos estábamos pensando; era el más práctico de los cuatro. Su sencillez radicaba en su manera de ver el mundo que se dividía en los que se mueven y los que no. Si los que se mueven no son un problema había que minimizar gastos, y destruir una nave con suficientes explosivos como para partir un satélite en dos lo consideraba más que desproporcionado.


―Sabes que no podemos hacerlo, interferir en un planeta lanzando chatarra contaminada va contra los protocolos ―atajó Idylla―, además tenemos ordenes que cumplir.


―Sí, ya, ya… sólo digo que podíamos vender esa munición a buen precio en las colonias humanas o bien esta nave que, aunque se caiga a pedazos, algo se podría sacar.


La discusión se zanjó con una mirada fulminante de la mujer que no admitía objeción. Las paredes comenzaron chirriar de una manera preocupante. Aunque de manufactura D´krael, el bombardeo que sufrió la había dejado a la deriva y con el suministro de energía casi inexistente. Por desgracia el blindaje era demasiado fuerte para provocar una reacción crítica para destruirla, así que había que hacer el trabajo sucio desde dentro.


Las luces del hangar se encendían y apagaban; objetos de todo tipo flotaban por la cubierta en gravedad 0; muchos de ellos rebotaban en La Argo, nuestra nave de asalto, suspendida en el aire en auto vigilancia. si no llega a ser por las botas con dispositivo anti gravedad y/o magnetismo que llevábamos hubiera sido de lo más cómico cualquier combate o abordaje, sobre todo cuando lanzas proyectiles a tus enemigos y cuyo retroceso, aun bien equilibrados y estabilizados, te lanzaba justo en trayectoria contraria al tiro impulsándote peligrosamente a un montón de aparatos de una seguridad volátil muy cuestionable. Santiago activó un droide espía, un pequeño aparato trazador que creaba un mapa del lugar y diseñaba una posible vía al objetivo: el corazón de la sala del reactor de donde se alimentaba toda esa chatarra. Avanzamos en silencio liberando los imanes para flotar por el pasillo que conducía a la gran sala. Santiago y Alessandro iban en vanguardia con las armas preparadas; Idylla y yo cubríamos la retaguardia asegurando que nada nos sorprendiera por los accesos a otras cabinas y plantas superiores. No tardamos en llegar a nuestro objetivo; las células de energía habían aguantado bastante bien el embate, sin soltar el combustible guardado en cilindros estancos de Vir´vet: un material de la dureza del diamante y mucho más valioso que éste último. El combustible necesario para viajar de un extremo al otro del universo estaba condensado en su interior. El líquido, de color rojizo, flotaba en minúsculas burbujas como una lámpara de lava si bien el material corrosivo podía perforar cualquier material. Lo único que la podía retener, con relativa estabilidad, era el Vir´vet y aun así se debía cambiar los tanques cada dos o tres viajes largos (una cantidad desorbitada en unidades astronómicas). Al ponerse en marcha el fluido pasaba al estado gaseoso inundando otros compartimentos que rodeaban todo el esqueleto en un proceso largo y tedioso del que poco sabíamos y en verdad tampoco era importante en aquel momento. Reventarlo era nuestra prioridad y eso sí que lo sabíamos hacer. Daba cierta sensación de tristeza ser una raza que únicamente éramos buenos destrozando cosas, pero que se le iba hacer.... Idylla y Alessandro pusieron las cargas mientras que Santiago y yo cubríamos al resto. Fue en ese instante cuando vi, cerca de la consola de navegación, un pasillo que descendía por una rampa oscura. A decir verdad, no sé por qué lo hice, pero algo, una energía misteriosa, me empujaba a husmear en su interior:


―Español, cúbreme quieres.


―¿A dónde vas?


―Quiero comprobar algo.


Mi curiosidad fue in crescendo al bajar la rampa y dar con una puerta medio abierta por una línea oblicua que separaba las dos hojas. Santiago tenía el culo tan inquieto como yo, observándome desde cierta distancia sin dejar de mirar al resto del grupo. Maldijo algo en español y extrajo de su petate dos pequeños robots de vigilancia provistos de pequeños proyectiles guía; los dirigió hacia la única entrada del lugar, por donde llegamos, y fue en mi busca. Realmente nos sorprendió el hallazgo, y porque no decirlo, nos puso los pelos como escarpias. No esperas atacar una nave y descubrir aquello rodeado de líquenes y humedad. Parecía que aquella fauna surgía del interior de una capsula. Su forma cónica, semi inclinada sobre tres soportes cilíndricos terminados en punta, era más ancha en su parte alta y estrecha a los pies; el color verde brillante recubría toda su carcasa que parecía latir con tenue luminiscencia. El aparato en sí no guardaba relación con nada de lo visto hasta ahora, pero lo que atrajo nuestra atención fue el ser que parecía dormir en su interior. La forma, difusa por una extraña neblina blanca que flotaba en el interior, era morfológicamente humanoide, casi idéntica a la raza humana. Su rostro poseía los rasgos faciales de una mujer joven, de pelo rubio casi blanquecino y cuyos dos ojos cerrados eran más grandes de lo normal. En su frente tenía una cicatriz horizontal de color rosado de unos cinco centímetros que contrastaba con su piel blanquecina, casi cianótica en los labios y las pequeñas orejas.


―¿Qué coño es eso? ―Santiago estaba tan contrariado como lo estaba yo. Aquel ser no se parecía en nada a los tripulantes Brednek (apodados como cabezones grises), o a los D´Krael.


―No lo sé, déjame averiguarlo ―mi camarada asistió con espanto a mi determinación de inspeccionar el féretro, por usar un símil a aquella capsula más cercana a un tanque de criogenización.


―¡¿Te has vuelto loco portugués?! Tenemos que salir de aquí. Cuando terminen de poner los explosivos tendremos poco tiempo antes de que la matriz de seguridad reaccione al sabotaje.


―Sólo cúbreme un momento ¿vale?, terminaré en seguida.


Me puse manos a la obra; a estas alturas ya podéis adivinar cuál es mi «fuerte» dentro de este grupo. Tras mi traumático rescate, prisionero en una granja de alimento, me dediqué en cuerpo y alma al estudio de los D´Krael y su tecnología; cosa difícil y laboriosa, pero tuve buenos maestros con más paciencia que conocimientos. A estas alturas de saqueos y asaltos a sus naves ya me consideraba maestro de maestros, aun con mi corta edad de veinte años. La capsula estaba construida con una tecnología impresionante y muy avanzada, aunque no era nada comparada con el encriptado de su complejo lenguaje. Los protocolos de seguridad me hicieron perder más tiempo de lo deseado, escuchando como el resto había acabado su tarea y ahora discutían con Santiago inmersos entre la decepción y el asombro.


―¿Se puede saber qué haces? ―Alessandro se acercó observando el descubrimiento con los ojos como platos― ¿Está viva?


―No lo sé, es lo que intento averigua.


―Será una abducida o secuestrada por los Brednek ―dijo Idylla sin disimular el asco que tenía hacia los pequeños cabezones grises―. ¿Cuánto tardarás?


―ya casi esta…


Los centinelas nos alertaron con su simpar alarma de proyectiles: teníamos compañía. La primera ráfaga pilló por sorpresa al Gruks, un corpulento ser creado como los pequeños grises por ingeniería genética para ser vanguardia en asaltos bélicos. Esto era nuevo, ya que nunca los D´Krael se vieron en la tesitura de necesitarlos, pero gracias a nuestros esfuerzos por sabotear una y otra vez, incansablemente su línea de suministros, habían creado a estos montones de carne y músculos para hacernos la vida un poco más complicada.


―¡Date prisa, copón! ―Santiago activó su servo armadura que revistió el casco de una lámina traslucida de Vir´vet. Tras el primer impacto de su rifle vimos como el Gruks saltó por los aires esparciendo sangre y pequeños trozos de carne por toda la nave; sin embargo, era el primero de muchos más que se apilaban en los pasillos buscando cobertura para no ser pasto de la puntería de Alessandro que aprovechaba cualquier despiste enemigo para darle pasaporte al cielo, infierno o lo que crean unas criaturas que hasta hace poco no existían en el inmenso catalogo espacial. Idylla se puso en contacto con el mando de la nave nodriza que nos dejó cerca de la emboscada para pedir ayuda, su cara lo decía todo:


―Dicen que tardaran «un poco» ―dijo mientras se ajustaba los guantes de combate―. ¿Cuánto es un poco para ellos?


―Menos que mucho y más de lo deseado ―añadí con cierto sarcasmo que pasó a la alegría cuando la capsula se desprendió del soporte principal. Según el indicador, tenía una autonomía similar a los cinco minutos, aunque no era exacta la conversión en lengua D´Krael.


Idylla se deslizó hacia la derecha y desactivó sus botas de gravedad; dándose impulso reptó por debajo de la consola donde habían colocado las bombas que activó sin detener su marcha hacia la puerta de entrada al recinto. Santiago y Alessandro mantenían disciplina de fuego rechazando al enemigo que retrocedía ante el ataque inmisericorde de los dos humanos. La líder llegó a la consola de entrada y accionó la puerta que se hubiera cerrado si no llega a ser por los cuatro poderosos brazos del Gruks. Su fisionomía, entre lagarto bípedo y rostro de un gran cocodrilo, era hercúlea, reteniendo sin problema la puerta con sus cuatro manos; no contó con Idylla y su fuerza cuando detonó su puño revestido de malla acorazada impulsada por arietes hidráulicos hacia su cabeza. El Gruks no se movió, aunque sí la mandíbula que describió un curioso giro de noventa grados a la izquierda acompañado de muchos colmillos que salieron por el casco de combate rumbo al pasillo. La puerta se cerró con fuerza amputando los veintiocho dedos que flotaron mientras que el guante de la amazona volvía a su posición inicial entre pequeñas descargas.


―μπάσταρδος ―dijo la guerrera; si no tuviera casco escupiría sobre el montón de dedos errantes.


La diversión no acababa: el sistema de emergencia detectó los campos magnéticos de los detonadores activándose el sistema anti sabotaje. La primera parte del plan de seguridad no supuso ningún problema, el gas corrosivo tenía la doble función de desestabilizar los explosivos y desmenuzar a los intrusos, ósea, nosotros. Nuestros trajes estaban preparados para ello, aun así, debíamos abandonar la nave; tarea difícil cuya única salida estaba plagada de enemigos y con nuestros refuerzos de camino que llegarían vete a saber cuándo.


―¿Sugerencias? ―preguntó Idylla.


―Salimos, nos abrimos paso entre el enemigo hasta nuestra nave ―aportó Santiago convencido de que en verdad funcionaria.


―Hay un inconveniente ―dije señalando al cilindro que contenía el cuerpo de aquella misteriosa criatura. Gracias a la nula gravedad la podía sostener como un globo, si bien no podíamos ponerla en peligro en una confrontación armada y menos salvar un pasillo atestado de enemigos.


―Un momento, ¿esta parte de la nave da al otro lado del hangar?


Alessandro no esperó una contestación. Antes de acabar la frase extrajo dos detonadores llamados «Beso Carmesí», explosivos de elaboración propia, no muy eficaces para hacer mucho daño expansivo, pero sí con un poder corrosivo sin parangón. Colocó las cargas adosadas a una de las paredes de la sala mientras que el resto buscábamos cobertura. No tardó en accionar el mecanismo convirtiendo un área importante en metal fundido que se deslizó hacia fuera solidificándose al momento, inmortalizada como dos ojos ciegos de un gran leviatán. Pudimos atravesar las oquedades mientras la puerta de acceso cayó por los brutales embistes de las bestias que nos seguían y que vieron incrédulos como les sacábamos ventaja colándonos por detrás de su línea de refuerzos. Aun así, no nos lo pusieron fácil, sin escatimar en lucha a distancia y cuerpo a cuerpo siempre con la preciada carga sobre mi hombro mientras el resto cubría mi huida. Creíamos que ya estábamos a salvo al llegar al hangar, pero mi gozo en un pozo, como solíamos decir. Nuestra nave estaba vigilada por tres Stendak más sorprendidos de nuestra llegada que nosotros mismos. El intercambio de opiniones no tardó en llegar. Los Stendak tenían una puntería endiablada fruto de su pericia, telepatía y sentido del combate en un cerebro hiperdesarrollado para los cálculos y las probabilidades. Eran como jugar al ajedrez con tres ordenadores conectados en línea que computan cientos de estrategias y opciones de retirada-ataque, en pocas fracciones de segundo. Pero para su desgracia éramos humano, ósea, unos hijos de puta muy meticulosos en nuestra disciplina. No esperaban que Idylla cargara con un grito de guerra sacada de la más brutal de las valquirias mientras que despegaba un escudo de fuerza en su antebrazo derecho, desviando los haces de energía erráticos al chocar contra la invisible superficie. El fuego no cedía mientras que sus camaradas la cubrían hasta que llegó a su objetivo que asistió atónico como una humana perforaba el tórax acorazado con el guante hidráulico propulsado con pequeños cohetes de empuje. La mano se quedó atrapada entre vísceras y huesos sin posibilidad de soltar el arma; aun así, la cobertura de la corpulenta criatura le salvo de más de un disparo certero rumbo a su cabeza. Santiago lanzó una ristra de proyectiles explosivos al pasillo por donde los refuerzos llegaban aullando como bestias hambrientas. Los Greks no necesitaban casco, aunque podían llevarlo para aprovechar el blindaje. Su morfología se fusionaba a un traje sintético que se confundía con su dura piel. Unos conductos rugosos se introducían en los orificios nasales rumbo a los pulmones que suministraba hidrogeno. Cuestión, las ojivas funcionaron como una onda expansiva que recorrió todo el pasillo cubriendo los objetos en contacto con suelo, paredes o techo. La energía llegaba hasta la piel produciendo quemaduras hasta carbonizar toda vida, detenidos en el tiempo como estatuas calcinadas flotando sin rumbo o chocando entre si hasta deshacerse en polvo gris.


La fuga fue mejor que bien, llegaron dos vehículos de soporte que castigaron al resto de naves enemigas que orbitaban la nave. Nosotros logramos escapar poniendo rumbo a la estación Centuria, no muy lejos de donde estábamos. Nuestro recibimiento fue el normal, no había nadie en el hangar, aunque no era del todo cierto: Menuk, un pequeño droide de aspecto de mantis nos esperaba como siempre al finalizar una misión con su incansable verborrea robótica:


―Os esperan en la sala de reuniones para presentar informe ―dijo simulando una voz por impulsos eléctricos.


―Que te follen.


―Santiago Fernández Peláez, es la trigésimo novena vez que hacéis alusión a un término inadecuado en base a la sexualidad. Si lo que tratáis de decir es que me vaya por donde he venido y me pierda, o salte por la borda para que nunca más me volváis a ver, la respuesta es no.


―Ahora iremos Menuk ―contestó con desgana Idylla tras lograr sacar el brazo del cuerpo muerto del alienígena que tuvimos que subir a la nave, previa amputación de las piernas ya que las botas se debieron quedar en modo agarre máximo, enganchadas como garrapatas a la superficie del hangar, y no disponíamos de tiempo para sabotearlo.


―¿Qué es ese objeto que lleváis?


―Una prisionera de los Brednek, o eso creemos. La rescatamos antes de volar la nave ―contesté colocando el cilindro en posición horizontal.


―Eso es muy extraño e irregular. Los Brednek no hacen prisioneros en sus naves de guerra, de eso se encargan las cosechadoras.


―Lo sabemos, por eso necesitamos de tu divina influencia para descubrir cómo sacarla del receptáculo ―intervino Alessandro al extraer el casco y dejar al aire su pelo moreno y rizado.


―Así lo haré, pero no tengo enlace con divinidades o entes de energía superior. La fe es cosas de vivos.


Aunque insistió en demasía no le hicimos más caso del que solemos hacerle en una situación normal y aquella era excepcional, así que le acompañamos con nuestra nueva amiga al laboratorio de la cubierta siete. Tras depositarla bajamos a ver a Sdrass «coz de hierro», mote de nuestro enlace con la hermandad galáctica y encargado de pegarnos patadas en el culo cuando era menester, que era casi siempre. Allí estaba él, sentado en aquella butaca pasada de moda y con la mirada de un Zherniano con poca simpatía y muy malas pulgas. Su rostro, redondo y cubierto de un pellejo duro y bulboso, tenía cicatrices de rivales a los que había arrancado los brazos. Su amplia boca masticaba una raíz de Mirth, una planta exótica de su planeta que le tranquilizaba, en contraposición con la botella de Shass que reposaba medio vacía sobre la mesa que le estimulaba para no dejarle completamente Ko. Todo él era como una garrafa de adrenalina que se agitaba violentamente sólo oír nuestro nombre:


―Pigs… de todos los terrestres sois los que más odio ―el bueno de Sdrass, siempre tan simpático y tierno―. Si por mi fuera os metería en un motor cuántico para despedazaros en once dimensiones.


―La misión está cumplida jefe, cero bajas aliadas ―atajó Idylla siempre a punto para agitar más la mierda.


―No soy vuestro jefe o líder, ojalá. Ser vuestra, como me llamáis cuando no os oigo… «niñera», me ha costado salud.


―Pero si sois inmortales ―Alessandro tenía muy buen tacto con él, casi siempre terminaban gritándose, pero hoy estaban más compenetrados que nunca.


―A ti especialmente te metería en un amplificador de dolor y borraría la contraseña para liberarte.


―Gracias jefe.


Sdrass nos miró de soslayo a Santiago y a mi sin prestar demasiada atención. No se hablaba con el español desde que mutuamente se enzarzaron en una pelea cuerpo a cuerpo ganando por mayoría el Zherniano, hasta que al caer encima de Santiago sacó una navaja de siete muelles que presionó donde la mayoría de las razas tenemos los testículos; desde ese día se llevaban normal. Yo por mi parte le deslizaba alguna que otra botella de oporto, cosa que le tiritaba el aroma dulce y embriagador, así que me torreaba a un nivel de odio más o menos aceptable. Su mirada se centró en mí y sin apartarla dijo:


―Me han informado que hallasteis una viajera en la nave Brednek.


―Así es ―contesté sin apartar la vista de aquellos ojos amarillos, grandes y llenos de venas color verde, en verdad su sangre era azul, pero no guardaba más nobleza que la descendencia guerrera de una estirpe ya olvidada.


―¿Ya está?, ¿no sabéis nada de ella?


―Esperábamos que nos dijera algo más la matriz de la nave enemiga, pero tuvimos que improvisar la huida antes de que saltara por los aires.


―ya veo...


Hubo un silencio acompañado del crujir de nudillos de Santiago que miraba sin pasión la maravillosa estela de un asteroide al pasar cerca de la estación de guerra. No estaba en nuestra misión el rescatar a nadie, pero era lógico que tal acción fuera excusable hasta para nosotros. Sdrass se puso en pie, con su corta y robusta estatura paseo por el camarote con dos de sus manos cruzadas a la espalda y el otro par en frente. Su piel caoba brillaba a la luz roja de los generadores ubicados a su izquierda; la radiación de éstos era suficiente para matar a cualquier ser en pocos días, pero él era inmune. Se detuvo frente a una placa de caracteres cuneiformes que debían pertenecer a su tierra y cuyo significado le debía llenar de orgullo. Al volverse nos dijo algo que jamás olvidaríamos:


―Id al laboratorio y esperar a que despierte, si es que continua con vida. En caso que sea enemigo u hostil deberéis ejecutarla de inmediato.


Creo que por primera vez todas nuestras miradas se centraron en el Zherniano. Éste bajo la cabeza l sentirse observado y foco de atención, experiencia nueva para él. Volvió a su mesa de la que extrajo otra raíz de Mirth. No dábamos crédito, desde cuando éramos ejecutores de prisioneros. Sé que no era del todo correcto y nuestra experiencia acreditaba el terror que suponía cruzarse en nuestro camino, pero matar a alguien de esa manera no era nuestro estilo. Antes de que pudiéramos protestar continuó:


―Mirad no es una decisión mía. No sé qué habéis encontrado, pero sí que os puedo decir que habéis puesto muy nerviosos a ciertos personajes poderosos… y creedme que me aterroriza pensar que clase de trama hay en juego cuando dos arcontes del consejo viajan en estos momentos rumbo a la Centuria para ocuparse personalmente de vuestra pasajera.


Segundo capítulo de Cosmonautas Salvajes.


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