Sin piedad ni remordimientos

La historia que narraré es corta, no por eso peor o irreal, pero por desgracia cierta. No es un servicio aunque seguro que sería aplicable a alguna experiencia de algún compañero.

Fue en un lugar muy cercano en distancia aunque no en tiempo. Sucedió como otra mañana cualquiera entre dos vecinas, la una más mayor que la otra. Solían picar al timbre y no para pedir comida o condimentos como bien sabe el saber popular, sino para hablar. Sí, hablar, algo tan común desde que tuvimos la capacidad de hacerlo y tan difícil ahora que estamos más hiperconectados. Hablaron de muchas cosas: hijos, familia, problemas y un largo etc., Cuando de improviso la más mayor le dijo,( una pregunta no exenta de temor), a la más joven llamándola por su nombre:

-¿puedo darle un abrazo...?

La otra se quedó parada y le dijo que sí ¿Cómo negarse?, aunque no disimulaba su pasmo sintiendo la emoción de la mujer cuando se fundieron en una sola.

Más tarde, tras esta muestra de amor, le confesó que ni su marido ni sus hijos la besaron o abrazaron nunca. Probablemente muchos pensaréis que algo debió hacer para que esto no sucediera, es posible pero no por eso menos triste ya que eso nos lleva a pensar que aquel hogar, lindante de otros muchos otros, tenía una historia secreta, marcada y agridulce de seres humanos que no conocen el amor o bien no saben dar un simple abrazo o un te quiero. Dichas palabras y gestos no se deben prostituir en acciones banales, pero por contra tampoco reprimir nuestro instinto más básico que nos hace humanos y florece en las peores situaciones sacando lo mejor de uno, cómo individuo individual (perdón por la redundancia).

Me pregunto qué hubiera pasado si la otra vecina le hubiera negado tal abrazo. Otras dos almas perdidas en el mar del caos y la nada.