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Pugna sanguis

  • Foto del escritor: Ramón Ballesteros Maldonado
    Ramón Ballesteros Maldonado
  • 29 mar 2021
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 20 abr 2021

Aquello ocurrió en un día de año nuevo. Las unidades de emergencias trabajamos aquel día con cierto abatimiento y resignación, no por trabajar un festivo sino por ver qué cojones nos vamos a encontrar. Era curioso que las primeras en trabajar, las unidades de 6:00 de la mañana, eran las encargadas de recoger todo tipo de peleas, borrachos, apuñalados y demás seres del espectro nocturno; vampiros diurnos que rezagados al volver a casa se encuentran con un monstruo más chulo que ellos. La verdad que entre tanta gente también se escapa algún inocente (quien esté libre de pecado que arroje la primera piedra). Ese fue el caso de un paciente, un varón que vivía en la calle recogiendo basura, buscando hierro para vender y fondos de botella que vaciar. El servicio fue en vía publica, entre el cruce de dos calles de por si problemáticas para este tipo de actividades, no escatimando entre algún que otro apuñalado si bien el agredido le habían practicado el canibalismo en parte del mentón, sin olvidar disciplina de puñetazos en zona parietal, occipital y ceja abierta con pronóstico de muchos puntos de sutura y analgésicos para el dolor previa revisión neurológica.

El agredido, muy amable y colaborador, accedió a subir a la ambulancia y realizar las curas oportunas. Tras subir y tumbarse en la camilla, detuvo hábilmente mi mano protegida con un guante y me dijo:

―Cuidado, tengo el Sida.

―Mierda ―dije en voz alta, más para mí que para el resto, ya que un sentimiento de impotencia me embargó, no por el paciente en sí, sino por el agresor.

El desgraciado que se enfrascó en el combate, llevado por el espíritu de un Berserker, mordió la barbilla arrancando parte de la piel y levantando la carne. Según los testigos del bar, donde se llevó a cabo la melee, el agresor se fue de la escena con la boca chorreante de sangre sin saber que muy seguramente ya estaba condenado.

Preguntamos a los testigos si conocían al hombre y sí, lo conocían, de vista y poco más, y que estaba casado y tenía hijos. ¡Fantástico!, o sea, que un padre de familia salió de fiesta la noche vieja y volvió a casa con uno de los virus más dañinos y que más dolor ha sembrado en este mundo, amén del condenado Covid.

Activamos policía, pero nada, no pudimos hacer nada más. No teníamos nombre, ni domicilio para buscar al incauto bárbaro para que raudo fuera a hacerse una analítica, prueba y, sobre todo, no se acercara a su familia.

A veces pienso en aquel servicio y como una pelea pudo desencadenar tanto dolor y, a muy seguro, muerte. Si el futuro inmunodeprimido estaba casado tendría relaciones sexuales con su esposa y probablemente sin protección. ¿Cómo sospechar que tu marido te va a pegar el bicho? (por utilizar una jerga de yonki de barrio). ¿y sus hijos?, ¿cómo se darán cuenta?

Dimos recado a la policía y al dueño del bar para poner en antecedentes este hecho. Gracias al agredido, que no tuvo inconveniente en poner en manifiesto su enfermedad y así mostrarlo al resto para detener una cadena de desastrosas desdichas, pudimos dar esta información.

Es increíble como esa persona, después de sufrir la agresión, se preocupará por el destino del rival, no queriendo que su dolor fuera parte de la vida de otro ser humano.

¿Por qué cuento esto?, sencillo. Viendo lo que está ocurriendo en nuestro mundo con la pandemia del Covid no podemos olvidar otros tipos de pandemia que nos acechan: el Covid, como no, y otra pandemia que a la par yo creo que no se queda corta: el odio hacia nuestros semejantes.




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