¿Dónde están los hilos del titiritero?

Visto lo visto, y lo que queda por ver, no me extraña que la humanidad pierda las ganas de seguir adelante. Las noticias son sensacionalistas (vaya palabra) más preocupadas por la audiencia que por la verdad: sí «Verdad» única y claramente la VERDAD, independiente del punto de vista o del error que se le quiera atribuir a dicha palabra.

Somos muchos los que asistimos al vergonzante desfiles de «expertos» (perdón por decir esta palabra) que nos alientan al optimonegacionismo de lo que vemos, cada vez más enfrascado al odio que al amor. No es de extrañar que los profesionales de la salud y aquellos con sentido común no quieran o prohíban ver la televisión a sus seres queridos. Es extraño utilizar una palabra como prohibición para proteger de la libertad de hacer o decir lo que le venga a uno al pairo, sin consecuencias ni condena moral por lo que se vomite encima de unos Vs. otros.

De mientras aquí seguimos, al pie del cañón, como una Agustina Raimunda María Saragossa Doménech cuyos enemigos se masacran solos, sin necesidad de prender la pólvora del odio, ya que, para mal y sólo para mal, han raptado la munición para su autodestrucción masiva mientras que observamos como toda esa onda expansiva nos llegará de pleno.

Por suerte hay buenas noticias. La explosión impactará por fuera, pero no por dentro de nuestro ser; siendo testigos mudos y serenos de lo que muchos intentan hacer en el bien de la razón para convertirse justo en lo contrario.

No soy muy dado a decir «resistir», pero si aguardar, pacientemente como observador de aquello que sucede, esquivando los trozos de metralla e inmundicias de pobre gente contrariada y resentida que se sacarán las vísceras para que algún día todo vuelva a su cauce normal. Ojalá así sea.

Procuremos no estar delante de la balas de gente que no quieren ayuda, sino tener la razón.