Cadáver a la basura
- Ramón Ballesteros Maldonado
- 20 abr 2021
- 2 Min. de lectura
Uno de los servicios más difíciles en lo personal fue el del aborto de una mujer. Ya de por sí es un trance para una madre perder un hijo, siempre y cuando ésta no sea la responsable directa de su asesina
to; sí, digo asesinato, ahora me entenderéis.
Ocurrió hace más de diez años, pero lo recuerdo como ahora mismo. Es difícil olvidar una cosa así no más por el servicio en sí, sino por lo que vino después y el increíble desenlace.
Llegamos a un domicilio donde había una mujer que nos esperaba en el comedor. Al lado, tocando a donde esperábamos, estaba el cuarto de baño y en su interior la paciente. Ya prevenidos de la alerta por el aborto le dijimos claramente:
―No tires de la cadena, queremos comprobarlo.
La mujer insistía en que no hacía falta y ¡oh causalidades de la vida! la cadena/cisterna no funcionaba. Al entrar vimos heces y algo de sangre con papel higiénico (según nos informaron estaba embarazada de tres meses). Lo más sorprendente es que nos revelaron que habían provocado el aborto con pastillas compradas por internet (suministradas en dosis de dos por la boca y dos por la vagina). Llamamos a nuestro centro coordinador y le notificamos de todo. Recuerdo que el servicio de destino tenía que ser la maternidad en Barcelona, pero vista la metrorragia (sangrado vaginal) pedimos autorización a la central para llevarla a un hospital mucho más cercano, a apenas cinco manzanas de donde estábamos. Nos autorizaron el traslado e iniciamos el trayecto. La compañera tuvo que darle unas compresas personales y me dijo a través de la ventanilla que une el habitáculo asistencial y la cabina del conductor:
―Tiene un sangrado muy bestia.
Rápidos, accedimos al hospital y allí quedo todo… ya nos hubiera gustado.
Al día siguiente me llamaron de la policía de Mossos d´Escuadra para hablar del servicio. Al llegar a comisaría nos notificaron que, en el hospital, tras la primera valoración, vieron un desgarro vaginal demasiado grande para un aborto de pocos meses. Desde el mismo centro llamaron a la policía y fueron al domicilio de la mujer. Al parecer, detrás de nosotros, la amiga de la paciente bajó una bolsa de basura que depositó sin problema en el primer contenedor que vio, el mismo que una agente de policía accedió encontrando un feto de casi nueve meses: pelo, morfología, y el cordón umbilical aún unido a él y arrancado parcialmente a mordiscos.
Tengo que admitir que nos derrumbamos al ver las fotos que el sargento nos mostró. Fue el único con delicadeza, creerme, ya que los otros que nos interrogaron no fueron amables más bien asépticos:
―Por esto puedes perder el trabajo ―me dijo el hijo de puta. Sé que no hay que desear nada malo, pero tampoco pasaría nada si un calculo biliar se le quedara atorado en un conducto.
Pues bien, después de tantos años seguimos en juicio que se ha ido posponiendo porque la madre de dio a la fuga volviendo a su país natal.
Un caso más, ¿verdad?

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